Más de cuatro siglos

A mediados de 1592, diez años después de la fundación de Salta, llegó el obsequio prometido por el obispo Francisco de Victoria a la ciudad: el Cristo Crucificado. Un siglo después, en septiembre de 1692, en medio del temor por los temblores que sacudieron la tierra y destrozaron la ciudad de Esteco, lo que había sido un regalo se transformó en el pacto de fe y devoción que vive y se renueva siglo tras siglo.

 

Un largo y solemne viaje

De vuelta en España, en 1592, el obispo Francisco de Victoria mandó los obsequios prometidos a Salta y a Córdoba. El 20 de junio de ese año dos cajones llegaron flotando a las orillas del puerto del Callao, cerca de Lima. Nunca se supo la suerte del barco que los trajo. Las tapas de las cajas tenían rótulos grabados a fuego. Uno decía: "Un señor Crucificado para la iglesia matriz de la ciudad de Salta, Provincia del Tucumán. Remitido por Fray Francisco Victoria, obispo del Tucumán". Y el otro: "Una Señora del Rosario para el Convento de Predicadores de la ciudad de Córdoba, Provincia del Tucumán. Remitido por Fray Francisco Victoria, obispo del Tucumán". El virrey de Lima, don García Hurtado de Mendoza, Marqués de Cañete, presidió la solemne apertura de los cajones y tras ver las imágenes sagradas, las hizo mostrar al puñado de curiosos vecinos que había llegado a la playa. Luego, en procesión, fueron llevadas a Lima, donde las acondicionaron para enviarlas a sus destinos. El 28 de junio partieron las imágenes hacia Potosí. Ya en la ciudad de Potosí, una comitiva de los 50 vecinos más notables y más ricos partió el 13 de agosto rumbo a Salta. Llevaban los cajones sobre sus hombros. Luego de 33 días de marcha, la comitiva estaba a media legua de la ciudad. El gobernador junto a los más notables del vecindario salteño fueron a recibirlas en lo que hoy es el Campo de la Cruz. De allí fueron llevadas a la Iglesia Matriz. Era el 15 de septiembre de 1592.

Información: Yamile Abraham
Infografías: José Serrudo